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Durante el siglo XIX no hay información sobre un interés en la arqueología desarrollándose por parte de los estudiosos locales. El único arqueólogo nativo parece haber sido Hormuzd Rassam (1826–1910), de quien se ha dicho que se volvió ‘quizás más inglés que los propios ingleses’ (Reade 1993: 59). Como él mismo afirmó una vez, su ‘objetivo era descubrir edificaciones desconocidas, y sacar a la luz algún monumento asirio importante para la satisfacción del público británico, especialmente aquellos que valoraban tales descubrimientos por sus estudios bíblicos o literarios’ (en Reade 1993: 59, mi énfasis). Hormuzd Rassam aprendió las técnicas del trabajo arqueológico de campo—y la actitud combativa hacia los franceses—de Layard. Rassam continuó por algunos años después de que Layard detuviera su trabajo de campo. A principios de la década de 1850 trabajó directamente para el cónsul en Bagdad, Henry Rawlinson, el mayor descifrador de la escritura cuneiforme (junto con Edward Hincks (Adkins 2003: cap. 13; Larsen 1996: cap. 20; Pope 1975: cap. 4) y François Lenormant (1837–83)), haciendo descubrimientos como el del palacio de Asurbanipal. Rassam regresaría a la arqueología en la década de 1870, y los conflictos que surgieron entonces nos ayudan a explorar el auge del racismo en la arqueología europea. Después de un periodo de casi veinte años trabajando en otros lugares para el gobierno británico, en 1877 a Hormuzd Rassam se le pidió liderar una expedición arqueológica a Asiria y Babilonia. Esto estaba relacionado con el descubrimiento de George Smith (1840–76) de una tablilla de arcilla de Nínive en la que se aludía al Diluvio. En 1866, Smith había sido empleado en el Museo Británico como un ‘reparador’ con el objetivo de buscar en las colecciones de tablillas y encontrar uniones entre fragmentos. Se formó principalmente de manera autodidacta en Asiriología, y quizás fue el primero en admitir la complejidad de establecer correlaciones entre el Antiguo Testamento y las fuentes asirio-babilónicas. Como él dijo: